ENTREVISTA A BLANCA, LA MAMÁ DE ANÍBAL SUÁREZ “Nada más les preguntaría por qué hicieron lo que hicieron”
Blanca es misionera, de Concepción de la Sierra, pero quedó varada en San Miguel del Monte al comienzo del aislamiento obligatorio. Estaba quedándose en la casa de su hermano y había llegado una vez más al pueblo para pedir justicia por su hijo, a diez meses de su muerte. Esta semana ya va a ser un año que fue asesinado por la policía bonaerense: Aníbal es una de las cuatro víctimas fatales de la masacre de Monte.
ANDAR en Monte
(Agencia) Los ojos achinados de Blanca todavía lo buscan en los paisajes del pueblo, en la casita que se estaba armando y donde convivía con su hermano, en los rasgos de un nieto que no llegó a conocer a su papá.
Aníbal tenía 22 años, y había llegado dos años antes buscando una mejor calidad de vida para él y para ayudar a su familia. “Allá hay mucho trabajo pero en tema de la yerba mate, cuando se termina la cosecha se quedan sin trabajo –explica Blanca- Y un día así conversando con él me dice ‘mami me quiero ir con mis tíos a probar suerte, por ahí encuentro algo mejor, para no andar así en la lluvia, sol y sí poder ayudarte, Ma. Porque mi sueño es que vos algún día no trabajes más’, eso es lo que me decía. Entonces le dije ‘bueno, si querés ir andale’. Y ahí se vino”.
El joven comenzó trabajando en un frigorífico pero el lugar presentó la quiebra y pasó a asistir a su tío colocando piletas. El auto que manejaba esa noche lo había comprado con la liquidación que le hicieron de ese primer trabajo.
“Cuando yo me acostaba siempre me llamaba, hablábamos hasta las doce, después me decía ‘bueno vamos a cortar porque mañana tenemos trabajo’. Los domingos a las 7 de la mañana me sonaba el teléfono, todos los domingos, era él que me llamaba”, cuenta Blanca. Hasta el día en que su papá y su pareja aparecieron en su trabajo. “Me miraban y lloraban y no me decían nada, me decían ‘tenemos que darte una mala noticia’, y no me decían. Yo digo ‘qué, ¿pasa algo con mi papá?’ No, porque estaba ahí, estaba llorando. Y en eso reacciono y les grito ‘qué pasó’, que me digan la verdad, y ahí me dice ‘falleció Aníbal’”. Pero hasta el 23 de mayo, cuando Blanca pudo llegar a Monte, no supo realmente cómo fue la muerte de su hijo.
“Me habían dicho que Aníbal había fallecido en un accidente pero nunca me dijeron la verdad. Y entonces cuando llego acá estaban todos los canales, todo; entro, mi hermano me abraza y me dice ‘date vuelta, quiero que te enteres la verdad’. Y ahí me enteré. Que no era él solo, que había más chicos, que eran todos chicos menores, que lo había perseguido la policía que les había disparado, y así fue como me enteré”, recuerda.
También recuerda la angustia, los calmantes y el miedo. “Miedo porque decía, qué sé yo, me van a decir que él mató a los chicos. Como que tenía miedo que lo culparan. Cuando íbamos entrando a la casa de velatorio sale el papá de Danilo a recibirme en la puertay lo único que me decía era ‘Aníbal no tuvo la culpa’, ‘Aníbal no tuvo la culpa, los mataron’. Y ahí como que me tranquilicé un poco”.
Después todo es confuso: el efecto de los calmantes, las preguntas de los periodistas, caras nuevas, papeles para firmar, gestiones para poder trasladar el cuerpo de Aníbal a Misiones, las marchas, la espera, el duelo. “Temblaba todo el tiempo, a veces me pasa, me dicen, ‘vos estuviste con tal persona, estuviste con tal’ y digo ‘no yo nunca estuve’ y me dicen ‘sí, estuviste’. Fue una cosa rara”.
Una semana esperó Blanca en Misiones para que liberaran el cuerpo de su hijo. En Concepción también marchó pidiendo justicia junto a sus vecinos y vecinas mientras esperaba para darle sepultura. El 1° de junio pudo hacer la ceremonia. Ahora espera volver a Misiones cuando la cuarentena termine y volver para el juicio.
¿Si tuvieras la oportunidad de ver a los responsables a los ojos ¿qué les dirías?
Les preguntaría por qué, por qué hicieron… eso. Dentro de todo no le tengo rencor si no una impotencia, porque no soy de odiar así. Nada más les preguntaría por qué hicieron lo que hicieron. Los chicos tenían toda una vida por delante, tenían muchos sueños, y Aníbal era el chico más dulce que podía existir. Lo que él si no le conocía a una persona, se ponía a charlar, lo veía que estaba triste le sacaba una sonrisa, era muy solidario con todos, a veces dejaba de tener él las cosas para ayudarle a los demás y así. Así era él.