Las Abuelas, la identidad, la justicia
Por Red por el Derecho a la Identidad Bahía Blanca
ANDAR en Bahía Blanca
Cuatrocientas personas viven hoy en nuestro país el Día de la Madre sin conocer a sus verdaderas madres, ni a sus historias, ni sus verdaderas identidades, por acción del terrorismo de Estado de la última dictadura. Dos de esas personas nacieron aquí, en Bahía Blanca, en un Centro Clandestino que tiene hoy a sus responsables en el banquillo de los acusados. En pocas semanas recibirán, después de años de impunidad, las condenas que merecen.
Es que ha comenzado a llegar la Justicia, que no sólo transita el presente ni juzga a hechos o personas del pasado, sino que es por sobre todo una condición necesaria para la construcción de futuro sin el miedo que los represores y sus mandamases y cómplices civiles pretendieron volvernos congénito.
Muchas décadas, demasiadas en la corta historia de la Nación y la ciudad, pasaron entre dictaduras y la posterior impunidad. Pero existe allí, en ese contexto adverso, el ejemplo de quienes apostaron a la construcción aún en la más cruda adversidad. El martes se cumplirán treinta y seis años del nacimiento de la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo. Que nacieron, volvieron a nacer a su edad del abuelazgo, para contradecir a la maquinaria del terror que, como había dicho Rodolfo Walsh apenas unos meses antes, “sólo podía balbucear el discurso de la muerte”.
Así rodeadas, por la incomprensión y el miedo, las Abuelas no se rindieron. Reclamaron por sus nietos y, tan pronto como percibieron que nada podía esperarse de los genocidas, emprendieron una tarea titánica que despertaría la admiración del mundo: buscarlos. Recorrieron el país y el mundo dándose a conocer, recopilaron datos sueltos que aparecían en los sitios menos pensados y comenzaron a indagar, desde una lógica impecable de una abuela común puesta en una situación extraordinaria, a los científicos que estudiaban el todavía poco conocido campo de la genética. Movieron, ellas mismas, la historia.
También se dedicaron al vital campo de lo simbólico, necesario para apuntalar la memoria colectiva y despertar la duda de las personas, hoy ya hombres y mujeres, que viven con una identidad que no es la suya. De esa cruzada forma parte este mural, que contará a las personas que por aquí transiten las historias de los hijos de Graciela Romero de Metz y María Graciela Izurieta, cuyas identidades les fueron arrebatadas al momento de nacer y que aún viven una vida de mentiras en alguna parte, y de Mónica Santucho, que tuvo un nombre y una historia hasta que los asesinos de la dictadura se los arrebataron en el mismo momento en que le arrebataron su vida de sólo catorce años. En este 2013 acaban de cumplirse cuatro años de la recuperación de su identidad, gracias al trabajo de las Abuelas y del Equipo Argentino de Antropología Forense, lo que permite que sus familiares y la sociedad toda puedan recordarla, como hoy lo hacemos, siendo ella quien siempre fue, a pesar de los intentos de los genocidas de borrarla no sólo de la vida sino también de la memoria.
La Justicia, como decíamos, ha comenzado a llegar a la Argentina. En pocas horas podremos volver a ver, nuevamente, a representantes del Ministerio Público Fiscal acusar a los asesinos que se creyeron impunes y rescatar la memoria de sus víctimas, por largos años difamadas por la historia oficial. En pocas semanas, veremos nuevamente a jueces de la Nación condenando genocidas en Bahía Blanca. Sin dudas, es un rompimiento con las barreras de la muerte, la mentira y el miedo. Pero para que ese proceso, al que arribamos por la lucha incansable de organismos de derechos humanos y a la voluntad política del gobierno nacional, sea completo y fructífero para el futuro es imprescindible lograr que cada habitante de nuestra patria viva una vida sin mentiras. Con su identidad. Por eso este Mural: un espacio de justicia, también, en cuyas formas y colores podrán vivir sus verdaderas vidas los dos jóvenes apropiados en “La Escuelita”, hasta que logremos devolverles sus identidades.