PRÓLOGO DE VIOLACIÓN CONSENTIDA DE DELIA ESCUDILLA El futuro por delante: la prostitución y el abolicionismo en el proceso de lucha feminista.
El patriarcado es una institución que se fue construyendo a lo largo de dos mil quinientos años de historia. Su emergencia es inseparable de la formación y el desarrollo de la sociedad de clases. En las sociedades más primitivas, de modo espontáneo y, como producto de la biología, las tareas se dividieron entre hombres y mujeres, lo que llamamos división sexual del trabajo. Tal proceso no implica, necesariamente, dominación y, durante mucho tiempo, no lo fue. Sin embargo, tempranamente, la sociedad humana encontró la utilidad de controlar los servicios reproductivos y sexuales de la mujer, por el mismo movimiento con el cual el despliegue de la diferencia social se transformaba en un mecanismo de desarrollo de las fuerzas productivas.
Esa división de tareas se volvió la base de una estructura social emergente en la cual la mujer llevaría la peor parte. La división sexual del trabajo se profundizó y consolidó, en un proceso de constitución del poder social, con la separación de funciones entre grupos de mujeres en el contexto de la aparición simultánea y combinada, de la sociedad de clases. La división de las mujeres comienza como una diferencia de clase en el seno de un colectivo unificado por su subordinación general al varón: las “esposas” de la clase dominante, poseedoras de ciertos privilegios; las de las clases subordinadas, simples esclavas domésticas. Pero el poder del varón no se detiene allí, porque a esa división se imprime una segunda, la que crea mujeres para el trabajo y la reproducción (las “esposas”) y mujeres para el placer (la “prostituta”). Las primeras serán ideológicamente santificadas como “buenas” y las segundas negadas como “malas”. Nace así la prostitución.
En esta división, las prostitutas se oponen a todo el resto, aunque su origen de clase subordinado las acerca a la base de la pirámide femenina. La prostitución tiene, entonces, un lugar clave en la constitución del aspecto “patriarcal” de la dominación de clase. La relación de la prostitución con la dominación de clase es compleja, pero algo es cierto: no va a desaparecer la sociedad de clases porque desaparezca la prostitución, pero no puede eliminarse el patriarcado, es decir, la subordinación de la mujer, sin la supresión de la actividad prostituyente. Un argumento típico de liberales y regulacionistas es que el capitalismo habría dejado atrás estos problemas, en tanto tiende a individualizar a la población en general.
Así, no sería importante el género que porta la fuerza de trabajo, basta con que sea fuerza de trabajo. La subordinación de la mujer sería innecesaria, lo que tendría como consecuencia la eliminación del papel de la prostitución en el dominio social. La prostitución podría, entonces, ejercerse como una elección laboral más. Que el capitalismo podría ser “feminista” es una afirmación teóricamente defendible si nos mantenemos en el campo de las relaciones económicas. Es decir, si solo observamos el capital como una relación entre “factores” de producción, el “capital” y el “trabajo”. Pero la dominación social no se consolida simplemente por la diferente relación que se tiene con la propiedad (poseedores y expropiados).
Por el contrario, es necesaria una superestructura que sostenga relaciones explosivas por su carácter antagónico. Dicho de otra manera, el capitalismo no puede sobrevivir sin Estado, sin ideología y, por lo tanto, sin división genérica. La eliminación de la subordinación de la mujer se vuelve una imposibilidad política. Es cierto, sin embargo, que ese mismo proceso de individualización provee a las mujeres de mayores derechos de los que nunca han disfrutado. Pero cuando ello se observa más allá del plano jurídico, es decir, del ámbito en el cual el capital “individualiza”, las cosas son distintas.
En el plano de la economía se constituyen las clases. Allí unos son poseedores y otros expropiados. La mayor parte de los derechos que las mujeres adquieren solo son asequibles a quienes tienen recursos. Dicho de otra manera, a las burguesas. Es en este momento en el que la lucha feminista se vincula con la clase obrera y se transforma en un componente de la lucha socialista: no habrá liberación de la inmensa mayoría de las mujeres si no se elimina el capital. En el mundo real, el patriarcado sigue existiendo porque la masa de las mujeres continúa siendo un colectivo subordinado, no importa lo que diga la ley. Y de esa subordinación de clase se nutre el género y viceversa. Por eso, la prostitución sigue siendo un dispositivo de la dominación de clase a través del género, solo que ahora “legalizado” y “desestigmatizado”.
Esta “sublimación” de la prostitución se expresa alegremente de muchas maneras. La sociedad actual ha aceptado que algunas prostitutas (o algunas que son consideradas socialmente como tales) ingresen incluso a la clase dominante. No se las llama de tal modo, pero las uniones “matrimoniales” por las cuales un varón burgués compra el “capital erótico” de una mujer para uso propio, constituye un acto prostituyente basado en el poder de clase. Esto es simplemente, otra forma de prostitución, puesto que no consiste en una unión libre y voluntaria, sino en la conjunción de intereses económicos / de clase (los de ella) y patriarcales (los de él). El burgués paga el precio de una mujer que puede exhibir como un trofeo y de quien pretenderá su “uso exclusivo”. Incluso el burgués se cura en salud ante posibles “aprovechamientos” de la mujer comprada: los contratos prenupciales.
Señalaremos que, a pesar de que estas situaciones son posibles, son francamente inusuales. Esto es así porque la burguesía no gusta de compartir su patrimonio con los obreros aun cuando la clase venga bajo el disfraz de la belleza. En nuestro medio, las botineras son un ejemplo de ascenso de clase por la vía de la venta de “capital erótico”. Si embargo, a despecho de la existencia de estos casos, el “comprador” es, normalmente, un recién llegado a la burguesía, casos excepcionales de ascenso social, precisamente porque obreros que se hacen millonarios con la “pelotita” son más bien la excepción antes que la regla. Para el patriarcado, como hemos dicho, un sistema necesario a la dominación de clase incluso bajo el capital, la mujer que será esposa y madre y la puta siguen siendo compartimentos estancos. La ideología patriarcal las enfrenta y a la primera se le enseñará a temer que su pareja puede engañarla. Le enseñará que su pareja puede ir de putas. Que ese es un derecho o un “secreto a voces”. Que las putas son sus enemigas porque ellas son mujeres serias y hay ciertas cosas que no hacen. A las putas les dirá que ellas están para pasarla bien, para satisfacer aquellos deseos que los hombres no pueden cumplir con sus mujeres “legales” o para ayudar a los hombres que, por una u otra razón, no reciben atención de las mujeres “serias”.
El patriarcado es el que estigmatiza a las mujeres en situación de prostitución como “mujeres de segunda”. Es notable cómo, según hemos señalado, la división entre “mujeres buenas” y “mujeres malas”, también está conformada por límites de clase: casi ninguna burguesa ha sido prostituta y la mayoría de las mujeres en situación de prostitución son obreras. En el mismo sentido, la inmensa mayoría de las personas en situación de prostitución son mujeres. El alquiler de vientres, la venta de óvulos y las “granjas” de leche materna expresan con más fuerza todavía, la subordinación de las mujeres obreras a las burguesas e incluso a los varones homosexuales burgueses. El capitalismo, más allá de su barniz “civilizatorio” no desentona con la historia de las sociedades de clase y, por ende, patriarcales.
Regulacionismo y feminismo
Este análisis histórico y social pone a la prostitución en el centro de las discusiones programáticas por el feminismo y por la revolución social. El ejercicio de la prostitución divide aguas en el movimiento de mujeres. Por un lado, las regulacionistas entienden que la prostitución es un trabajo y que, por lo tanto, las condiciones de ese desempeño laboral debieran estar reguladas por el Estado, como cualquier otro. La otra posición es la del abolicionismo, que considera la prostitución como una actividad socialmente inaceptable.
Los fundamentos por los cuales habría que aceptar el ejercicio de la prostitución como cualquier otra actividad laboral apelan tanto al campo del feminismo como del sentido común más general. Realizaremos una enumeración rápida de tales argumentos: en primer lugar, la necesidad de todas las personas de trabajar; en segundo lugar, el legítimo desempeño de la actividad que a ese individuo le resulte más cómoda o aceptable, en tanto y en cuanto no estaría perjudicando a terceros ni perjudicándose a sí misma; en tercer lugar, la idea de que una posición feminista obliga a apoyar a todas las mujeres para realizar aquello que desean, sin importar el contenido concreto del deseo; por último, dado que la sexualidad es un terreno en el cual dominan los hombres, las mujeres se empoderarían cuando cobran, por lo cual cuestionar la prostitución implica eliminar una herramienta útil al desarrollo del poder femenino.
El primer argumento es simplemente falaz. Que haya necesidad de trabajar no implica que sea necesario prostituirse. Lindo ejemplo de feminismo proletario dan aquellas que sostienen que regular la prostitución es crear una alternativa laboral para las obreras. Seguramente, más alternativas laborales se abren cuando declaramos legal el alquiler de vientres, de modo de considerar a las mujeres como vacas. Seguramente también se expandirá la posibilidad laboral cuando declaremos legal la venta de órganos o de carne humana. Por este argumento se sostiene alegremente que ninguna mujer está desocupada porque puede prostituirse.
El segundo argumento es solidario con el tercero. Si a él o ella les conviene, si es un “empleo” mejor remunerado, ¿por qué no? Otra vez, volvemos al individualismo antisocial: con ese razonamiento, un sicario demandaría regulación de su actividad, que sin dudas ha de ser mejor remunerada que otras. Lo mismo vale para dealers y, por qué no, proxenetas. Se dirá que la prostituta no mata, vende drogas ni prostituye a otras, pero, si se recuerda lo que acabamos de decir sobre la relación entre prostitución y patriarcado, se verá que la actividad en cuestión mata y prostituye al conjunto de las mujeres. Solo quien se mira el ombligo y tiene una perspectiva completamente asocial de la vida humana puede no percibir el daño que la prostitución produce más allá del cuerpo de la prostituta.
En tercer lugar, el feminismo es un programa en disputa. No hay unidad porque hay diferentes posiciones, tanto programáticas, cuanto estratégicas. También debemos señalar que no todas las que se autodenominan feministas lo son. En nuestro medio, AMMAR, la ONG incorporada a la CTA, y aún sin personería gremial, se considera feminista. Dice que lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales. Todo con el mismo argumento: ninguna mujer nació para decirle a otra lo que tiene que hacer con su cuerpo. Otra vez, porque no es más que una variante aplicada específicamente a las mujeres, esta posición es individualista y antisocial. Nadie hace lo que se le da la gana, vivimos en sociedad y hay ciertas actividades que, aunque permitan a algunos individuos sobrevivir, no son aceptables socialmente. Esto se resuelve en razón de un interés social, de una necesidad general, en caso de que esa actividad perjudique a terceros o resulte dañosa para la persona que la realiza. Pues bien, la prostitución es perjudicial tanto para las mujeres que están en esa situación (violencia y femicidios por encima de cualquier otra ocupación, estrés pos traumático, entre tantos etcéteras) como para todas las otras mujeres. Y, en particular, para las obreras, por lo que hemos visto más arriba. Lo que la prostituta hace con su cuerpo, lo hace contra todas las mujeres.
Por último, es absolutamente falso que las mujeres se empoderen cuando pueden cobrar por ofrecer “servicios sexuales”. Cuando una persona trabaja lo hace por necesidad, no porque con ello obtenga poder alguno. Vender la fuerza de trabajo no es empoderante, sino que es la prueba de la explotación. Prostituirse es, además, un mecanismo de opresión. Por eso los varones pueden pagar o no, pero siempre tienen derecho a su sexualidad. Hasta los varones obreros. Las mujeres no. A nosotras el patriarcado nos expropió el libre ejercicio de nuestra sexualidad y todavía, muchos siglos después, encontramos mujeres patriarcales que quieren hacernos creer que esa compraventa es feminista.
Un argumento extra, que es más bien una chicana esgrimida por las regulacionistas, es la idea de que las abolicionistas estamos en contra de la libertad sexual y a favor de la represión del deseo. A despecho de lo que pretende AMMAR, que suele hacer hincapié en esta tontería, las abolicionistas no somos enemigas de la libertad de las mujeres y mucho menos estigmatizamos a las putas. Las mujeres en situación de prostitución están estigmatizadas por el propio patriarcado. Bajo el capitalismo en alianza con el patriarcado, todas, y en especial, las que somos obreras, somos prostituibles, es decir, comprables.
El destino desesperado de cualquier obrera desocupada bien puede ser la prostitución, sobre todo, si el proyecto de regularla se hace realidad. Pero ello no tiene nada que ver con el deseo femenino, sino con la explotación capitalista y la opresión patriarcal. Las regulacionistas y en particular AMMAR tienen una política liberal, ni siquiera anticapitalista, ni qué decir revolucionaria, de “sálvese quién pueda y cómo pueda” y a eso lo disfrazan de “liberación” femenina. La verdadera liberación del deseo pasa por el punto opuesto: por la no mercantilización. Este liberalismo es el que lleva a las representantes de AMMAR a acusar a todas las que las critican con el mote de “moralista” o “anti-sexo”. Nadie les ha dicho que el sexo es sucio, indigno, ni ninguna otra de las peroratas religiosas, simplemente hemos dicho que la sexualidad no debe mercantilizarse. Cuando entran en juego el dinero y la necesidad, el deseo y la voluntad se esfuman del panorama. Sexualidad oprimida y explotada por el imperio de (la inmensa mayoría) de los varones, no. El putero siempre es machista, porque ejercita su poder sometiendo la sexualidad de otros/as y esto lo diferencia de los compradores en una tienda, en la cual no se pone en juego un intercambio jerárquico.
Gracias a estas reivindicaciones de AMMAR, los hombres siguen creyendo en los postulados básicos del patriarcado y todas tenemos que lidiar con ello. Si AMMAR logra su objetivo de regular la prostitución o de derogar la ley de trata, entonces, todas las obreras estaremos completamente desprotegidas. El punto débil del regulacionismo es siempre la realidad sobre la cual pretenden pontificar. Cuando se les pregunta por experiencias concretas en las que no parece constatarse esa libertad que ellas afirman, siempre eluden la respuesta. Insisten en que trata y prostitución son dos fenómenos que no tienen nada que ver entre sí, cuando a todas luces es comprobable que el circuito de la prostitución se nutre de personas tratadas (con o sin los agravantes que la ley indica); culpabilizan a la policía, a los políticos y el propio Estado (que al no reglamentar, las deja inermes frente a los abusos de poder); responsabilizan a las abolicionistas con los motes que pusimos más arriba.
De asumir que su política refuerza el patriarcado por la vía de la división entre mujeres funcional al macho de la especie, ni hablar. La intervención de las militantes de AMMAR se vuelve, entonces, sumamente contradictoria: se reivindican feministas mientras tratan de tontas a las que no cobran; se reconoce la miseria de la prostituta callejera y se afirma que se gana aquí más que en cualquier otra alternativa laboral; se reclaman derechos laborales propios de trabajadores asalariados mientras se reivindica la cooperativa empresarial. Sin embargo, las dos contradicciones más importantes son la pretensión de defender los derechos de las trabajadoras y su reivindicación de feministas. No puede haber defensa alguna de las “trabajadoras” cuando se busca imponer al proxeneta como burgués “legal” y santificar su actividad como “normal”. Las prostitutas son trabajadoras desocupadas. La defensa de esas compañeras pasa por la lucha por un empleo no prostituyente. Por otra parte, ningún programa que refuerce el patriarcado es feminista. Ningún programa que ponga en situación de extrema vulnerabilidad a la masa de las mujeres obreras es feminista. No es la libertad individual a expensas de todo el resto lo que buscamos.
Buscamos la emancipación de todas las mujeres y, por lo tanto, en esa destrucción del patriarcado, tenemos que derribar las divisiones entre las mujeres. No cuestionamos la necesidad ni la desesperación de las compañeras. Exigimos al Estado que no las persiga o reprima. Apelamos a la conciencia y la organización: abandonar la calle es una aspiración que construye la lucha sumándose al conjunto de la clase. El feminismo es una lucha colectiva: cualquier programa no abolicionista será consecuentemente antifeminista. Además, si el feminismo pretende eliminar toda jerarquía entre los géneros, solo lo logrará destruyendo las relaciones económicas que sostienen todas las opresiones. Solo con la eliminación de la explotación es que el feminismo encontrará la posibilidad de abolir los géneros. Así el feminismo socialista solo puede ser abolicionista.
Notas
1Nos apoyamos aquí en Lerder, Gerda: La creación del patriarcado, Crítica, Barcelona, 1990.
2Véase, Hakim, Catherine: Capital erótico, Best Business, Río de Janeiro, 2012. “(…) capital erótico (es) una combinación de belleza, sex appeal, capacidad de presentación personal y habilidades sociales -una habilidad que vuelve a algunos hombres y mujeres compañías agradables y buenos colegas, atrayentes para todos los miembros de su sociedad y, especialmente, para el sexo opuesto.”, p.7.
3“¿Están en realidad las prostitutas en Nueva Zelandia más seguras que las prostitutas en Suecia, tal como las organizaciones de derechos para las trabajadoras sexuales sostienen? Desde que el modelo nórdico se adoptó en Suecia, hace dieciséis años, ni una sola mujer en situación de prostitución fue asesinada por un putero. Ni una sola. Jasmine es el único caso durante todo ese tiempo y fue un crimen perpetrado por su ex marido violento. Nueva Zelandia, con menos de la mitad de población de Suecia, ha perdido muchas vidas de mujeres en prostitución por causa de los puteros desde que el modelo de descriminalización se implementó en el año 2002.” La traducción es nuestra. Tomado de “Remembering the murdered women erasedby the pro-sex work agenda”, en https://www.feministcurrent.com/2015/11/03/remembering-the-murdered-women-erased-by-the-pro-sex-work-agenda/ y Rodriguez Martínez, Pilar: “Un análisis interseccional sobre malos tratos y violencia laboral en mujeres que ejercen la prostitución”. En http://www.reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_151_Article_071436261982507.pdf.
4Kraus, Ingeborg: “El trauma como requisito previo y como consecuencia de la prostitución”, en “Traductoras por la abolición de la prostitución”, https://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/el-trauma-como-requisito-previo-y-como-consecuencia-de-la-prostitucion.
5Las leyes argentinas son abolicionistas: penalizan el proxenetismo y la trata. No así a las personas en situación de prostitución, aunque lamentablemente, en muchas provincias aún están vigentes los códigos contravencionales por los cuales pueden multar o llevar presas a esas personas. Una de las banderas de lucha del abolicionismo es la derogación de dichos códigos, puesto que el abolicionismo no considera que las prostitutas sean delincuentes.
6Cuando en una sociedad la prostitución se acepta como un trabajo igual a cualquier otro, pueden sucederse casos como el de las desocupadas de Alemania que no pueden rechazar la oferta de trabajo en el mercado prostituyente, de lo contrario, pierden el subsidio por desocupación. Este es solo un ejemplo: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2005/02/02/pierde-derechos-laborales-aceptar-empleo-prostituta/0003_3426817.htm