ROBERTO LOBO, MILITANTE DEL ERP, SE EXILIÓ EN MILÁN TRAS SU LIBERACIÓN “En San Justo me obligaron a presenciar el brutal asesinato de una compañera”
En la última audiencia del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el CCD Brigada de San Justo, realizada el miércoles 14 en la sede del TOF 1 de La Plata (calle 8 y 50), el sobreviviente Roberto Tiburcio Lobo, militante del PRT y del ERP, que primero fuera llevado a Puente 12 y luego a la Brigada hasta su blanqueo en la cárcel de Mercedes, brindó un crudo relato sobre las vejaciones, torturas y un homicidio que presenció durante su cautiverio.
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(Agencia) Roberto Tiburcio Lobo fue secuestrado en su casa junto a su esposa Ethel María Corti durante una madrugada de abril de 1976. En aquel momento militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
El operativo fue coordinado y ejecutado por personal de la Policía Bonaerense de Ramos Mejía y de la Brigada de Investigaciones de San Justo, que irrumpieron en 5 vehículos Ford Falcon en los que ya tenían encerrados a otras víctimas. En el Falcon al que subieron a Lobo llevaban, dentro del baúl, a una mujer que tenía su estudio de abogacía en San Justo: Elsa de Jesús.
“La identidad de esa mujer recién la conocí muchos años después, estando en Milán, Italia, donde me exilié. Ella me rastreó y logró ubicarme. También se había exiliado en ese país. Hablamos del período de cautiverio, cuando nos tomábamos la mano para darnos fuerza”, relató ante los magistrados del TOF 1 el testigo sobreviviente.
Cuando se llevaron a la pareja Lobo Corti, los policías dejaron abandonado a su pequeño hijo de 5 años, Gustavo, quien quedaría luego a cargo de su tío Patricio Guillermo Lobo. Este, al tomar conocimiento de lo ocurrido en la casa de su hermano, saldría desde Tucumán y se instalaría en la casa de Roberto y Ethel.
Sin embargo, al poco tiempo ocurriría un nuevo operativo clandestino en esa vivienda cuando un grupo de hombres de civil y armados, que se identificaron como pertenecientes al Ejército y la Policía Federal, irrumpieron desde la casa lindera en la que vivía un policía del Destacamento Güemes, también conocido como Puente 12 (el primer destino de cautiverio al que ingresaron a Roberto Lobo).
En este segundo operativo el grupo de tareas secuestró a Guillermo Lobo y a Líver Eduardo Trinidad, llevándoselos encapuchados en un Ford Falcon. Horas después, otro grupo de civil secuestraría en la misma vivienda al pequeño Gustavo, quien sería posteriormente entregado a María Martina Rodríguez de Lobo, la esposa de Patricio.
Sobre Roberto Tiburcio Lobo, el primer destino de cautiverio fue Puente 12, donde permaneció dos días, hasta que lo trasladaron a la Brigada de San Justo. Allí sería torturado y mantenido en condiciones inhumanas de detención, tal como han relatado en este juicio los sobrevivientes de ese centro clandestino.
“Me torturaban, me amenazan con matarme, me hacían preguntas sobre mi afiliación política. Me decían que yo había estado en la toma de Monte Chingolo y también de la toma de un destacamento de Catamarca”, describió el testigo, quien recordó a varios de los torturadores de la Brigada: “Había uno al que le llamaban ‘Mesa’, no sé por qué; había otro, un ‘gordo borracho’ que participaba de las sesiones de tortura, al que le decían Chancho”.
El momento más doloroso de su testimonio se produjo cuando relató el brutal asesinato de una mujer secuestrada, que estaba con su pequeña hija de 2 años en la Brigada de San Justo: “Se llamaba Alejandra. Un día me sacaron la venda y me llevaron a una habitación donde había un gran cubo de vidrio con un mechero abajo de la base. Allí la introdujeron a la joven, totalmente desnuda, y tiraron una rata viva. Cuando prendieron fuego al cubo me obligaron a mirar… lo hacían a propósito”.
“Justicia… justicia… esa palabra. Perdonen todos ustedes…”, dijo el testigo mirando al tribunal y a las partes del juicio: “Es una palabra que no puede tener mucho sentido en un país en el que ocurrieron estos crímenes, en un país que carga con la masacre de la Patagonia Rebelde, con tantas masacres, con tanta impunidad y demoras”.
Antes de terminar su declaración, el testigo habló sobre el dolor de vivir sabiendo que los responsables no han sido aún condenados. En ese sentido, narró una anécdota ocurrida mucho tiempo después de su cautiverio: “Hace 10 años aproximadamente ingresé a tomar un café en un bar de Ramos Mejía. Allí reconocí a uno de los torturadores de la Brigada San Justo, y tuve el impulso y el deseo de gritar ‘aquí hay un torturador’, pero inmediatamente el hombre se fue del local”.
“Reconozco que nuestra militancia ha implicado errores. Fuimos muy idealistas, muy jóvenes, pero no me arrepiento absolutamente de nada de lo que hicimos porque luchábamos por un país mejor”, concluyó Roberto Lobo, quien también solicitó al Tribunal que en su fallo ordene la creación de un sitio de la memoria en el edificio de la Brigada.