DECLARÓ FLORENCIA CHIDICHIMO EN UNA NUEVA AUDIENCIA DEL JUICIO “Por Nilda Eloy supe que mi padre estuvo en el CCD Brigada de San Justo”
La hija de Ricardo Chidichimo –un trabajador del Servicio Meteorológico Nacional y militante de la JUP de Ramos Mejía que fuera secuestrado de su casa en noviembre de 1976 y visto por última vez en el CCD Infierno de Avellaneda- tenía 8 meses de vida cuando comenzó la tragedia y el largo peregrinar de la familia en la búsqueda de su padre. Este miércoles 7 de noviembre, 42 años después, Florencia declaró como testigo ante los magistrados del TOF 1 de La Plata en el marco del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino que funcionó en la Brigada de San Justo, partido de Matanza.
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(Agencia) Durante la madrugada del 20 de noviembre de 1976 un grupo de tareas ingresó a una vivienda situada en Garay y Bolívar, en Ramos Mejía, partido de Matanza, minutos después de que Ricardo Chidichimo y Cristina Adriana del Río regresaran de una fiesta de casamiento. A ella la golpearon y le cubrieron la cabeza con un trapo. A él se lo llevaron en un auto y la familia no volvería a encontrarlo ni tener noticias sobre su destino.
Cuando la patota se retiraba de la casa, uno de sus integrantes se acercó a Cristina del Río, le quitó la venda de sus ojos y le susurró: “Mirame porque soy el que te salvó”. Esa noche –el operativo ocurrió pasadas las 4 de la madrugada- era la primera vez que la pareja dormiría en su casa sin su beba de 8 meses. Por la fiesta, la habían dejado en una casa de familiares suyos.
Así comenzó el relato de Florencia Chidichimo, una joven de 42 años cuyas primeras palabras frente al TOF 1 de La Plata resonaron extrañas en la sala de audiencias: “Pido disculpas pero anoche, sin motivo alguno, me quedé sin voz. Es algo que tendré que hablar en mi próxima sesión de terapia”, dijo con un hilo sonoro y notoria dificultad para hacerse entender frente al micrófono. Sobre su cuerpo y su garganta se agolparon los 42 años de repudiar el silencio judicial.
La casa de Garay y Bolívar quedó destrozada y faltaron muchas pertenencias de valor. Tiempo después sería vendida por Cristina para comprar un departamento: “No volvimos nunca más a esa casa. La noche del secuestro, mamá salió corriendo, descalza y con todos los signos de la golpiza hasta que subió a un colectivo y se fue a la casa de su hermana. Comenzaría allí la búsqueda de mi padre”.
Tanto Cristina del Río como los abuelos de Florencia recorrerían, durante años, los juzgados de la zona, comisarías y dependencias policiales, destacamentos militares e iglesias. Presentaron habeas corpus pidiendo información sobre Ricardo, se entrevistaron con obispos de la iglesia católica y Cristina se sumaría a la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y, a partir de allí, a la naciente organización de Madres de Plaza de Mayo junto con su suegra, Nélida Chidichimo.
“Ellas se acercaron a la Iglesia Santa Cruz, donde las madres de desaparecidos se reunían, se organizaban. En Santa Cruz se había infiltrado Alfredo Astiz con su versión de que venía de Mar del Plata en búsqueda de su hermano y que estaba solo y otras mentiras. Uno de esos días en la iglesia, mamá me contó que yo –siendo muy chiquita- estaba haciendo lío y por eso salió conmigo a la vereda. Estaba Astiz. Y él se acerca a hablarle a mi mamá: ‘Tu marido estaba en la joda ¿No?’. En ese momento a mi mamá se le encendió la alarma”, relató Florencia.
“Ese hombre -pensó ella- asociaba la militancia social y política con ‘la joda’. El tono había sido marcial y no dudó en pensar que ese joven en realidad era un milico. Pero cuando se lo contó a mi abuela, ella no lo creyó así. Finalmente llegaría el trágico 8 de diciembre cuando aparecen los vehículos en los que se llevarían a un grupo de Madres. Dos días después, también secuestrarían a Azucena en su casa”, continuó la testigo.
Un pasaje importante de su declaración ocurrió cuando relató su primera consulta ante la Comisión Provincial por la Memoria –que administra y preserva el archivo de la DIPPBA- respecto a la ficha de su padre. Un tiempo antes de llegar a la CPM, a través de Nora Cortiñas, se había enterado que había una sobreviviente de La Plata que había mencionado a Ricardo Chidichimo en sede judicial durante los años posteriores a la dictadura.
“Fui con una amiga al archivo DIPPBA en 2011. Hicimos el pedido y nos informaron que debía volver un mes después. Finalmente llegó el día. Entro y veo a una mujer de espaldas a quien reconozco en seguida porque la conocía por fotos. Ella se da vuelta y me pregunta a nombre de quién era la ficha que había pedido. Allí le digo el nombre de mi padre: ‘Soy la hija del meteorólogo. Vos estuviste con él durante el cautiverio’. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Era Nilda Eloy”, relató.
Florencia y Nilda conversaron durante horas, se abrazaron, se contaron sus historias: “Fue muy cuidadosa y cariñosa conmigo. Me contó que ella, estando en el CCD El Infierno (la sede de Brigada de Investigaciones de Avellaneda), advirtió un día la llegada de un grupo de personas secuestradas a quienes traían desde la Brigada de San Justo. Fue por Nilda que nosotros supimos que mi padre había sido llevado a esa brigada luego de su secuestro. Nunca antes habíamos podido saber adónde lo habían mantenido en cautiverio”.
“Me contó que juntaban agua en los zapatos porque no les daban la cantidad adecuada; que permanecían casi desnudos, ya que había una pila de ropa que se utilizaba para vestir a los detenidos cuando los sacaban de El Infierno; que había un chef entre los secuestrados que habitualmente recitaba y compartía recetas de comida para amainar el sufrimiento del hambre; y que mi padre miraba por la claraboya y les transmitía al resto el parte meteorológico. Para Nilda, eran esas pequeñas cosas que los sacaban del cautiverio”, recordó Florencia.
Antes de finalizar su declaración testimonial, Florencia afirmó, mirando a los jueces, que toda su vida estuvo atravesada por la búsqueda, primero de su padre, y luego de justicia: “Crecí sin papá; a los 3 años mordía y pegaba a mis compañeros; hice terapia vincular desde esa edad y hace 20 años que estoy con mi última terapeuta; a los 7 años temía por las noches que un hombre malo entraría por la ventana; luego tuve que explicarles a mis compañeros del colegio lo que era tener un padre desaparecido”.
“Si incluso con esta historia hay cosas que hoy olvido, imaginen lo que ocurre con la sociedad de San Justo, de Ramos Mejía, de cada lugar donde ocurrió esto. Por eso es muy importante que la Brigada de San Justo sea constituida como sitio de la memoria”, concluyó.