EL HECHO MALDITO DEL PAÍS DE LAS DESAPARICIONES Eduardo Gil: “Las siluetas son números que sobran en el ajuste de cuentas del poder”
El 21 de septiembre de 1983, durante la III Marcha de la resistencia, miles de hombres, mujeres y niños ocuparon la Plaza de Mayo, pintaron y pusieron su cuerpo para bosquejar las siluetas de los desaparecidos. “El siluetazo fue un acto artístico, político y semiótico: poner el cuerpo en el lugar de los que no están”, dice el fotógrafo Eduardo Gil. El valor estético e histórico de aquellas jornadas, la fotografía como herramienta de denuncia, el arte y su vinculación con las demandas sociales. Y los otros siluetazos, los de las víctimas de la violencia del Estado en la actualidad. Eduardo Gil recupera su obra antes de la exposición que la Comisión Provincial por la Memoria inaugura el próximo 14 de septiembre.
ANDAR en la fotografía
(Agencia Andar) El Siluetazo fue una iniciativa de los artistas visuales Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel, convocada por las Madres de Plaza de Mayo. El hecho artístico consistía en realizar siluetas simples de cuerpos sin marca ni identidad, era una forma de representar a los desaparecidos, los que no estaban. El acto se realizó el 21 de septiembre de 1983 durante la III Marcha de la resistencia. La idea rápidamente fue apropiada por los miles de manifestantes que llenaron la Plaza de Mayo desafiando la ciudad militarizada.
Hombres, mujeres y niños pintaron las siluetas en papel blanco, algunos se tiraron sobre los papeles y pusieron su cuerpo para dibujar el contorno. Las figuras se pegaron en paredes, monumentos, árboles; el siluetazo fue muchas cosas: la presencia de los desaparecidos en el espacio público, la toma política y estética de ese espacio público por parte de los manifestantes.
Aquel día, Eduardo Gil, estudiante de la carrera de sociología y fotógrafo iniciático, recorrió la plaza y sus alrededores, fue capturando imágenes. Ni él ni todos los militantes podían suponer, en ese momento, la dimensión política y artística de ese acto público. A 35 años, la Comisión Provincial por la Memoria realizará la muestra Memoria. A 35 años del siluetazo. Arte y política: las siluetas en las denuncias de la violencia del Estado, que contiene fotos inéditas del archivo de Eduardo Gil.
¿Con qué fotografía vamos a encontrarnos?
Se podría decir que la muestra tiene dos partes: una ya conocida, que formó parte de otras exposiciones y que está en el libro Imágenes de la ausencia, allí están imágenes como “Siluetas y canas” y “Siluetas en la curia” de aquel 21 de septiembre, junto a fotografías de la II Marcha de la resistencia y de otra marcha, el 15 de abril, para la entrega de un petitorio que no fue recibido por el Poder Ejecutivo.
Esa es la primer parte, la segunda está compuesta por fotografías inéditas del siluetazo. Es un material que acabo de descubrir o redescubrir en la dimensión que hoy, a 35 años, sigue teniendo ese acto. Es un material que no había vuelto a mirar, que había quedado guardado como tanto otro material documental sin la identidad que, ahora, me parece tan clara. Creo que, en ese momento tenía un cuidado excesivo en separar el arte del documento. Algo que, por suerte, ya no hago. Así que de alguna manera, esta muestra habla un poco también de una evolución como artista, de jerarquizaciones que antes no hacía, por eso me parece más apropiado hablar de redescubrimiento.
Pensado a la distancia, ¿cómo recordás el siluetazo?
Fue el hecho más importante desde el punto de vista estético y político, significó la toma literal de la Plaza de Mayo en dictadura. Y fue también un acto semiótico, las personas pusieron el cuerpo en el lugar del que no está. Esas imágenes quedaron ahí, interpelando a los peatones desde el silencio. Recuerdo también que, en esos días, la policía intentaba despegar las siluetas y las Madres de Plaza de Mayo defendían también con el cuerpo esa intervención.
A su vez, hay que revalorizar esa acción en ese contexto: recuperar esa experiencia en donde había un pueblo haciendo uso de la herramienta que tenía: salir a la calle. Como dice Julio Flores, la importancia de la silueta, no son las siluetas físicas sino lo que sigue manteniendo fresca la memoria de aquella acción.
¿Cómo te marcó a vos en lo personal esa experiencia?
Mediado por el tiempo y la historia, los recuerdos se me aparecen complejos; en principio, todavía me impresiona todo aquello que se vivió durante el siluetazo. En ese momento, estaba como militante en la plaza. E iniciándome en la fotografía consiente, la fotografía como una herramienta. Recién muchos años después, durante una conferencia en una universidad de Estados Unidos, comencé a investigarme y descubrí la conexión de aquellos recuerdos con mis trabajos posteriores. Fue, para mí, una experiencia performática.
¿Qué sentís cuando ves el siluetazo como una representación que, en estos años, comenzó a ser la marca de otros reclamos?
La silueta es tan potente porque con un trazo habla de muchas cosas, habla de lo que fue y de las luchas que no han terminado. En un contexto actual de graves retrocesos, los trabajadores despedidos, las mujeres víctimas de tratas, las víctimas de violencia institucional, las personas con padecimientos de salud mental son nuevas siluetas, son los números que sobran en el ajuste de cuentas del poder. Son las desapariciones de un esquema de control ideal de ese sistema que es cada vez más sofisticado en la explotación de determinados sectores de la sociedad.
¿Qué rol o espacio ocupa el arte en las demandas sociales?
Si hablamos de arte, lo ideológico nunca está ausente, no es posible disimularlo ni forzarlo. Y la relación siempre es contextual, pero lo importante -por lo menos desde mi perspectiva- es que esa producción artística sea capaz de interpelar, de hacerse preguntas. Porque también hay un arte que es justificador, que repite cánones permitidos por el sistema, que puede ser bello estéticamente pero que ya está aceptado por el poder. Un arte muy inmediato incorporado a la forma que el poder nos hace registrar la fotografía. Y eso es un peligro, porque termina siendo una fotografía que naturaliza el poder, el hambre y la explotación.
El filósofo Roland Barthes decía que las cosas que tienen más potencia son las que susurran. La obra que deja interrogantes, que no cuenta todo, y permite que el espectador se sienta interpelado y comprometido. Eso es lo que, creo, logró el siluetazo y eso es también lo que sigo buscando en mis fotografías.