Julio López: las marcas de la ausencia
Luciana Rosende es coautora del libro Los días sin López en donde se revela la trama invisible que rodea la desaparición del testigo clave en el juicio contra Etchecolatz. Una entrevista para conocer las historias y representaciones que persisten con el paso del tiempo.
ANDAR en las memorias
(Francisco Delfino/ AC-FACSO) El 18 de septiembre de 2006, Jorge Julio López se preparaba en su casa de Los Hornos, La Plata, para ir a escuchar los alegatos del juicio contra el represor Miguel Etchecolatz, ex comisario y director de Investigaciones de la Policía Bonaerense durante la jefatura de Ramón Camps en la última dictadura cívico-militar en Argentina. López había sido testigo y querellante en ese juicio, el primero que comenzó tras la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. El 1º de julio de 2006 había declarado ante el tribunal que enjuiciaba a Etchecolatz. Contó con detalles lo que vivió y de lo que fue testigo: dio nombres de militares, policías y demás represores, además de fechas y lugares por los que había pasado. De esa manera se sacaba de encima 30 años de silencio. Su testimonio sería clave para que Etchecolatz fuera condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad y genocidio.
Durante años López había aprendido a sobrevivir en silencio y a soportar la indiferencia. El lunes 18 de septiembre de 2006, a los 77 años y cuando comenzaba a vislumbrar un camino de justicia, fue otra vez desaparecido. Su ausencia se investiga como una “presunta desaparición forzada” y es un fiel reflejo de la impunidad. La fiscalía a cargo de la investigación examinó más de cinco millones de registros telefónicos y comparó el ADN de 98 cuerpos NN hallados entre 2006 y 2015. En ese escenario de dudas, incertidumbres y sospechas entrecruzadas, Luciana Rosende y Werner Pertot comenzaron a investigar, en 2010, la vida y la segunda desaparición de Jorge Julio López.
El libro Los días sin López, publicado en 2013, muestra por qué nunca se identificó a los responsables y quiénes siguen siendo los principales sospechosos. El rol de la Policía Bonaerense, los diversos intentos de desviar la causa con pistas falsas, los allanamientos a represores en la cárcel de Marcos Paz, los nombres que no se investigaron de la agenda de Etchecolatz, los penitenciarios que tenían interés en que los juicios de lesa humanidad no avanzaran, los policías que López mencionó, las comunicaciones del entorno de Etchecolatz el día de la desaparición, son algunas de las pistas que revela el libro. A tres años de su publicación y diez de la desaparición, no se avanzó en ninguna de estas líneas que podrían llevar a los responsables. Pero el libro no solo revela la falta de voluntades tanto políticas como judiciales y las internas de la policía para resolver un caso de desaparición. Se presenta, además, como una oportunidad para conocer más acerca de López y entender por qué su desaparición afecta a la sociedad argentina. Su ausencia sigue siendo responsabilidad de la misma justicia que vela por los derechos de todos los ciudadanos. Por ese motivo, Luciana Rosende señala que el final de Los días sin López aún no está escrito: todavía no se sabe qué le pasó. Y eso es algo que la justicia le debe a la democracia.
Durante la investigación y elaboración del libro, ¿con qué historias te encontraste que llamaron tu atención?
Tanto la investigación sobre la causa López y su desaparición, como el intento de reconstrucción sobre su vida y militancia, estuvieron atravesados por múltiples historias y personajes. Pero seguramente lo más sorprendente o inesperado durante el trabajo del libro fue enterarnos que había una entrevista al propio López de unos meses antes de desaparecer. Era una entrevista que nunca se había publicado, la había realizado un sociólogo platense (Horacio Robles) en el marco de la investigación para su tesis de maestría sobre las unidades básicas montoneras de la periferia de La Plata. Cuando hizo aquella entrevista, para él López era uno más entre tantos ex militantes reporteados. Pero tras la desaparición adquirió otro peso. Pudimos acceder a esa entrevista y publicarla (con el consentimiento del autor). A su vez ese material nos condujo a obtener información sobre una etapa de la vida de López sobre la que casi no sabíamos nada. Y a una aventura que él había vivido al hacer el servicio militar en Bariloche. En esa entrevista, López mencionaba a un capitán con el que había hecho la conscripción. Rastreando ese nombre y cruzándolo con el legajo de López como soldado, supimos que el testigo había participado de lo que se conoció como “Proyecto Huemul”, una iniciativa de un científico austríaco que había convencido a Perón de que podría generar energía nuclear por fisión en frío. Para ello, un grupo de conscriptos (entre los que estaba López) habían sido destinados a la construcción de una especie de central nuclear en la isla Huemul (Río Negro). Era una misión de carácter secreto y de tal importancia que mereció la visita y felicitación en persona de Perón y Evita a los soldados que allí trabajaban. Para López fue su máxima aventura, pero casi no quedaba registro de esa historia en la familia. Fue a partir de los datos que contó el propio López en aquella entrevista que pudimos reconstruir esta historia.
¿Qué dudas se intentaron instalar en la segunda desaparición de López?
Hebe de Bonafini, por ejemplo, dijo una serie de datos falsos, pero que supuestamente tenían que ver con que confundió a López con otro militante de los ‘70 en La Plata con el que no tenía buen vínculo. Dijo que no era un desaparecido común, que tenía relación con policías, que cuando estaba preso había tenido privilegios y una serie de cosas que no eran ciertas, pero que según algunos afirman se reconstruyó por una confusión con ese otro militante platense. Por su parte, Jorge Asís y algunos sitios web vinculados a los represores como Seprin hicieron circular versiones no sólo falsas, sino que además iban en línea con lo que los represores decían en sus correos electrónicos incluso el mismo día de la desaparición de López, según consta en el expediente: que López mentía; que había delatado gente; y una serie de barbaridades que decidimos no reproducir en el libro pero que no tenían ningún tipo de sustento y que apuntaban simplemente a ensuciar a López.
¿Por qué crees que ante la segunda desaparición la reacción social no fue más intensa? ¿Cómo viste el tratamiento mediático?
Fue muy intensa en los primeros meses, y López sigue estando muy presente en La Plata: en las paredes, en grafitis, en reclamos permanentes. En el resto del país, no. En algún punto seguramente esto vaya de la mano con la cobertura mediática, aunque se puede pensar en los dos sentidos: ¿más reclamo social hubiera logrado más cobertura mediática? ¿O la cobertura mediática fue poca y entonces se apagó el reclamo social? Lo cierto es que mediáticamente el caso fue tratado como un hecho policial más, con el pico de los casos policiales complejos en una primera etapa, y luego diluyéndose hasta convertirse en una mención de aniversario. Por un lado, puede cuestionarse el poco espacio que terminó teniendo López en los medios y reclamársele a los periodistas que busquen la manera de introducir el tema en sus coberturas y notas. Pero por otro lado, es cierto que por la lógica de los grandes medios y su agenda es difícil que se cubra un tema del que no hay novedades. Y en cuanto a la causa no hubo novedades de peso en los últimos años… Por eso a tantos años es difícil romper con la lógica de un tema que se toca cada 18 de septiembre y no mucho más.
A diez años de la desaparición y a tres de la edición del libro, ¿qué representa López para la sociedad?
Cuando nosotros empezamos a pensar el libro habían pasado cuatro años de la desaparición. Ya por entonces nos parecía que el tema no nos interpelaba lo suficiente, a todos, como sociedad. En algún punto nos parecía y parece que se pasó por alto el hecho de que en el marco del primer juicio por crímenes de lesa humanidad que comenzó tras la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final fue desaparecido un testigo. Tal vez porque los juicios continuaron y se afianzaron. Pero lo cierto es que en ese primer juicio de esta nueva etapa, horas antes de la condena a cadena perpetua a Etchecolatz, un sobreviviente y testigo fue secuestrado y desaparecido. ¿Cómo pudimos acostumbrarnos a eso? Es una pregunta que todavía nos hacemos.
¿Qué marcas y qué evidencias deja su ausencia?
Las marcas de la ausencia están entre otras cosas en todo lo que no pudimos reconstruir de él. Algo que decimos en el libro es que por muchas voces que consultemos y evidencias que reunamos, no hay modo de reconstruir por completo a alguien que ya no está. Todas las piezas que faltan representan la desaparición de López, insustituible desde la escritura de un libro. En La Plata, su ausencia también está en la presencia del reclamo por López en las paredes. Su ausencia también se volvió palpable en el juicio a represores en 2012, seis años después de la desaparición, cuando su testimonio de 2006 fue incorporado por video porque aportaba datos que podían servir para el nuevo juicio. Todas estas instancias hacen presente la ausencia de López a diez años de su desaparición.