DESARTICULAR LA VIOLENCIA DE GÉNERO Educar sin barreras patriarcales
ANDAR en diversidad
Dos funcionarias públicas y un colectivo de varones antipatriarcales explican qué se puede hacer para no criar futuros machistas
(AC-FACSO) «Yo no soy Johana y quiero que me digan Johnny». En una secundaria de la Provincia de Buenos Aires la determinación de un estudiante movilizó las estructuras educativas tradicionales. Conmovidas, las docentes empezaron a preguntarse: «¿Cómo lo registramos en el libro de asistencia?, ¿Cómo se vestirá?, ¿A que baño irá?». Las concepciones machistas impregnan el lenguaje, las prácticas y todas las relaciones sociales que inciden en la construcción identitaria de las personas. Una educación con perspectiva de género permite contribuir con la conformación de una sociedad menos patriarcal.
«Un chico o una chica en un registro de asistencia puede adoptar el nombre que quiera, porque es un reconocimiento interno de la escuela. Y cuando uno plantea ésto, la institución se alivia y dice ‘¡Ah bueno, se puede!'», explica la Subdirectora de la Dirección de Psicología Comunitaria Pedagogía Social, Claudia Lajud, refiriéndose a la situación planteada por Johnny. «Las docentes y la planta directiva aceptaron llamarlo así pero no toleraban la idea de que se vistiera como varón», recuerda.
Así comenzó uno de los muchos acompañamientos educativos enfocados en que se reconozca e incluya a las personas con identidades de género diversas. «Con la vivencia de Johnny, la escuela hablaba desde un sujeto de poder, donde se puede o no aceptar al otro; y no se trata de aceptar o tolerar sino de reconocer a un sujeto con condiciones de igualdad», plantea la antropóloga y docente Claudia Lajud. La subdirección de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social lleva adelante procesos en las escuelas con datos obtenidos de la Mesa de Violencia de Género. Esa articulación, según Lajud, marca la diferencia porque «hay docentes travestis y chicos o chicas que han asumido otra identidad de género en las escuelas».
«La cuestión de género se da en el marco de las relaciones sociales y la escuela tiene preponderancia en la formación de los sujetos, porque los chicos ingresan en un momento de construcción subjetiva, por lo tanto todo lo que sucede deja sus marcas. En gran parte de su historia la escuela ha perpetuado relaciones de género del orden patriarcal», explica Lajud. La antropóloga y docente destaca que desde el Ministerio de Educación se está poniendo la atención en tener una educación inclusiva, «sacando estereotipos y roles patriarcales de los textos escolares y de la formación inicial y continua de los y las docentes porque estuvieron atravesadas por relaciones históricas patriarcales que los y las configuraron como sujetos».
La cultura que da predominancia al rol masculino y al varón atraviesa todos los ámbitos sociales. «Al patriarcado lo tenemos internalizado hasta los huesos», resume Cristian Prieto, uno de los integrantes del colectivo de Varones Antipatriarcales. «En la forma en que preformatea nuestras maneras de relacionarnos con las mujeres, con otros varones y con personas con identidades de géneros diversas», explica Prieto. El eslogan que proclama el espacio que él integra es «¡Ni Machos, Ni Fachos!». La idea surgió de la necesidad de algunos de sus compañeros por tener un grupo de discusión entre varones sobre las cuestiones de género.
[pullquote]Se aprende a ser varón identificándose e interactuando con otros y otras[/pullquote]
El Colectivo de Varones de origen Platense sostiene que se aprende a ser varón identificándose e interactuando con otros y otras. Ellos apuestan a la pedagogía popular emancipatoria, al trabajo cultural y creativo, como formas de resistencia y transformación. También promueven relaciones de cooperación, solidaridad, afecto y confianza, como modo de construir nuevas formas de ser masculino. La agrupación se expandió a otros puntos del país como Mendoza, Neuquén, San Luís, Rosario, Buenos Aires, Haedo y Capital Federal.
En Olavarría funciona, desde hace cuatro meses, un espacio terapéutico nuevo que pretende trabajar la violencia de género con los agresores. Funciona en el SUM del área pediátrica del Hospital Municipal y está coordinador por la psicóloga Ana Lausher, directora de Salud Mental Municipal. Ella intenta abordar el tema teniendo en contra «toda una impronta cultural y de crianza donde los varones no lloran, si se quejan son maricones y con la idea de que los hombres arreglan todo a las piñas. Son educados para no manifestar los sentimientos y con menos posibilidades de poner en palabras lo que les pasa, mayor posibilidad de descargar todo en un impulso, por sentir angustia, bronca, desesperación y no poder ponerlo en palabras».
[pullquote]La violencia de género es una problemática que está atravesada por lo cultural, pero también hay que resaltar los factores individuales[/pullquote]
Lausher explica cómo puede influir la educación familiar y cultural cuando no se tiene en cuenta el respeto propio y por el otro. «Todo esto se sigue escuchando y a veces de la boca de las mujeres, porque el machismo no solo lo ejercen los varones. La violencia de género es una problemática que está atravesada por lo cultural, pero también hay que resaltar los factores individuales». Al espacio que ella coordina llegan hombres denunciados y otros por voluntad propia que buscan ayuda para canalizar de una forma no violenta lo que sienten. «Automáticamente donde empiezan a hablar de lo que les pasa bajan el nivel de ansiedad, bajan el nivel de impulsividad y pueden poner en palabras lo que podría haber sido una acción violenta», explica la psicóloga.
Existen hoy leyes como la de femicidio, la de identidad de género, la de matrimonio igualitario y hay avances en la protección contra la violencia familiar, contra la trata de personas y la contra explotación sexual, que representan pasos importantes en favor de una sociedad menos patriarcal. Esto no siempre fue así. «En los ’90 yo trabajaba en Inicial, cuando un niño jugaba en el ‘rincón de la casita’ era visto como un problema y empezábamos a entrevistar a los padres y si era posible lo mandábamos a una consulta psicológica. Hoy esto está superado porque se ha empezado a romper con ciertos estereotipos culturales que agregaron valor a qué es ser hombre y mujer», recuerda Lajud.
La educación familiar y la cultura influyen sobre la construcción de la subjetividad de los niños y niñas, de ahí la necesidad de que exista una legislación que ampare lo derechos humanos de las niñas y mujeres, pero también que desde el ámbito educativo (el familiar, el formal y el no formal) se continúe acompañando el proceso de desnaturalizar la violencia de género camuflada en prácticas cotidianas.
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