El mejor homenaje
El jardín de Tili no es un jardín más. Es la concreción de la lucha de Matilde Itzigsohn, una militante de la JTP y delegada gremial del Astillero Río Santiago desaparecida en 1977, que hace 40 años batalló para que se incorporara en el convenio colectivo de trabajo la creación de un jardín maternal. El año pasado el artículo 42 de ese viejo convenio se hizo realidad y desde el 10 de marzo de 2015 el jardín lleva su nombre, luego de que una asamblea de 3000 trabajadores lo decidiera por unanimidad. Lucía García Itzigsohn -hija mayor de Matilde e impulsora a mediados de los 90 de la agrupación H.I.J.O.S.- explicó que para ella es la mejor forma de recordar a su mamá, y valoró el actual momento histórico y político vinculado a la lucha por los derechos humanos en nuestro país.
ANDAR en Ensenada
(Agencia)
– ¿Cómo surgió la idea de ponerle el nombre de tu mamá al jardín maternal del Astillero?
– En marzo del año pasado me invitan a un acto del PJ en Ensenada y yo cuento la historia de mi vieja: que era una trabajadora del Astillero militante de la JTP, delegada, programadora de IBM -una de las pocas mujeres que trabajaba en esa época ahí- y que entre sus peleas estaba la de crear un jardín maternal. Ahí un trabajador del Astillero que estaba presente me dijo que el jardín ya estaba funcionando; en la charla estaba Rosa Bru, que propone que el jardín lleve el nombre de mi mamá. Por otra parte, en el acto del 10 de marzo el Mono Peláez cuenta que al artículo 42 del convenio colectivo de trabajo de 1975 le decían el artículo Tili, porque mi vieja había peleado muchísimo por la creación del jardín maternal. Mi vieja entra a trabajar en el 72 y con mi hermana nos damos cuenta de que gran parte del tiempo que estuvo trabajando estaba embarazada. Ella fue trabajadora hasta el 24 de marzo de 1976. De algún modo nosotras funcionamos con mi hermana conectando ese pasado con este presente.
– ¿Y qué cosas te pasan por la cabeza y el corazón cuando pensás en que el jardín lleve su nombre?
– La primera vez que me hablaron de que el jardín llevara el nombre de mi vieja me dio una alegría enorme, difícil de explicar. El año pasado, cuando el 17 de marzo se hizo un acto para impulsarlo, mi hija Mora cumplía 5 años, y cuando hablé le dediqué el acto a ella. Eso la conmovió tanto que unos días después me dijo que quería que su jardín también llevara el nombre de su abuela. Entonces le expliqué que no sabía si era posible -ella iba al jardín 908 de Tolosa- y, como se enojó, le propuse que lo hablara con la maestra. Y la maestra le dijo que no podían cambiarle el nombre pero sí podían hacer un acto y ponerle el nombre al salón de usos múltiples. Así que en octubre el día de la familia armamos una placa que ella dibujó y le pusimos el nombre a la sala.
-Si mirás para atrás, desde tus comienzos de militancia en H.I.J.O.S. a la actualidad, ¿cómo ves ese proceso?
– Yo me maravillo de todo lo que hicimos. Pero no sólo nosotros; nosotros como parte de un conjunto. Me maravillo de la capacidad de transformación. Hace poco leí algo que escribió Raquel Robles de cuando nos empezábamos a reunir –que teníamos esa especie de pegoteo en el que todo el tiempo hablábamos de política-, y ella recordaba que un compañero decía que había que meter presos a los milicos y otros decían que eso era imposible. Y este compañero decía llorando “no, eso es lo que hay que hacer, y es el deber que tenemos y lo tenemos que hacer”. Y Raquel decía: “todos pensábamos que era lo que había que hacer, pero lo veíamos imposible”. Entonces es maravilloso cómo pudimos dar vuelta esa historia y estar hoy juzgando a los milicos. Ni en el más optimista de los futuros me imaginaba que esto iba a pasar. Quería, trabajaba para que pase, pero no creía que fuera a pasar.
– ¿Qué queda de esa identidad de H.I.J.O.S. casi 20 años después?
– Lo que queda más importante es la valoración de lo colectivo. Yo tengo marcado a fuego que se pueden hacer las cosas con otros, y eso lo sigo pensando en todo lo que encaro.
Después uno se va transformando. Que hayamos llegado a los juicios, que estés vos declarando y que esté el milico sentado en el banquillo y a vos alguien te pregunte qué te pasó, es también muy transformador. Nosotros lo despreciábamos un poco, pero es sumamente reparador, porque inscribís en lo institucional lo que te pasó. Eso lo valoro mucho ahora, más que antes.
Y el Estado, cómo cambió totalmente la idea que teníamos del Estado. De un Estado que te perseguía, te metía en cana, te amenazaba, pasamos a un Estado que te pide perdón. Para mí el 24 de marzo de 2004 fue una bisagra absoluta. Yo fui ese día a la ESMA, sola, y escuché a Kirchner decir “pido perdón en nombre del Estado” y me puse a llorar de una manera que era difícil darme cuenta de por qué estaba llorando así. Y pensé “a mí nadie me pidió perdón en 30 años”. Entonces se empezó como a desarmar una coraza y aparecieron otras cosas, otros sentimientos posibles para nosotros. Fue como poner las cosas en su lugar, en su lugar simbólico. Son transformaciones sociales, más allá de la figura de Kirchner; hay una sociedad que está ahí acompañando a ese presidente, sosteniendo esas decisiones…
– Cuál sentís que es el legado más profundo que deja esta época, viendo que aún hoy hay serias violaciones a los derechos humanos, en las cárceles, en los hechos de violencia institucional…
-Es complejo…yo no creo que sea un doble discurso…creo que es muy difícil desarticular ciertas lógicas institucionales. Y también es muy difícil instalar socialmente estos temas como temas que nos conciernen a todos, que tenemos que discutir, debatir; pero me parece que estamos mucho más en camino que antes. Siguen siendo deudas pendientes, pero para mí no relativiza para nada todo lo otro que se ha hecho. Lo otro está y es real. Y es real porque lo construimos nosotros. Y con relación a la violencia institucional, a mí me parece que el propio Estado ha generado mecanismos: la PROCUVIN (Procuraduría de Violencia institucional), legisladores que forman parte de la Campaña contra la violencia institucional… Pero creo que el propio Estado es un terreno de disputa, donde conviven quienes honestamente y decididamente están en contra de la violencia institucional y quienes la ejercen. Es así de complejo el entramado.
-Tus hijos, León y Mora, ya tienen 12 y 6 años. ¿Cómo sentís que ellos pudieron asimilar esta historia?
-Yo creo que ellos tienen una identidad muy clara. Es su historia y ellos la comparten con naturalidad con sus amigos y compañeros. Vivieron otro tiempo comparado con nosotros, con nuestras infancias…para muchos de los hijos fue todo un tema poder contar sus historias, en los ámbitos que se movían, la vergüenza, la censura, el silencio….aunque yo nunca se los transmití así. Pero además viven una sociedad donde esto es parte. Y la política forma parte de sus diálogos, sus temas…Y, en términos de historia familiar, es la historia que a ellos les tocó. Yo siempre les fui contando a medida que fueron preguntando, como se transmite cualquier historia familiar. Mora dice que ella tiene otro país, en la que viven todos los desparecidos, y que algún día me va a llevar.
– Se habilitaron espacios para hablar…
– Yo veo inclusive una diferencia entre León y Mora, que nacieron en el 2003 y en el 2009. Mora tiene una soltura que León a veces no tiene. Lo ves también en las instituciones, en las escuelas….que hay otra predisposición a hablar del tema.
– ¿Pensás que hay debates que se obturaron o falta dar con relación a los ‘70?
-Yo creo que se puede hablar de todo, me parece que no hay nada obturado. Son distintos planos. Si hoy me vienen a decir “tu mamá militaba en montoneros, eran asesinos…”, yo ahora me siento y discuto, explico, contextualizo… Antes esa discusión te tapaba la boca, no porque te la tapara realmente, sino porque en el contexto no podías desarmar. Por supuesto que hay ámbitos y ámbitos. Pero no siento que haya cosas que no se puede hablar.
La vez pasada, en una entrevista que me hacían chicos jóvenes, les dije que una diferencia que yo tengo con mis viejos es que yo no pondría en riesgo el vínculo con mis hijos por un proyecto político. Pero también es falso que yo te diga esto, porque hoy no la pongo en riesgo. Y la verdad es que puesta en esa disyuntiva no sé qué haría. Y tampoco sé qué está bien y qué está mal. También son elecciones. ¿Hay una elección mejor? ¿Hay una que funciona para todas las personas? Si mi vieja se hubiera ido a Israel con nosotros, ¿ella hubiera tenido ganas de vivir después de la masacre que fue esto? No lo sé.
Me parece que la cuestión pasa por comprender que fueron sujetos políticos que eligieron su vida. No eligieron su muerte, eligieron su vida. Fueron libres de elegir qué proyecto de vida querían hacer. Eso forma parte de la historia de esa generación y yo soy respetuosa; ni como hija me surgió el reproche hacia ellos en ese sentido. Porque no sé qué haría como mamá en ese contexto.
No se pueden discutir generalidades que no dan cuenta de las situaciones reales. A mí me parece que sí tiene que formar parte de las discusiones por la memoria el aspecto político. Si vos no contás que los desaparecidos eran militantes revolucionarios no estás haciendo memoria, estás sólo contando el horror.
Con una amiga, en Brasil, escribimos un texto comparativo entre la Carta a las Juntas de Rodolfo Walsh y el preámbulo del Nunca Más de Sábato. Con todas las salvedades de los contextos diferentes, dos escritores frente a la violencia del Estado. Y nosotros veíamos que lo que hace Sábato en el prólogo es contar el modus operandi de la represión y cómo las personas se transforman en cuerpos torturados o muertos, con su análisis político. Y lo que hace Walsh –por ejemplo en Operación masacre– es que a partir de unos fusilados que no son nadie te reconstruye la historia de protagonistas de la resistencia peronista. El movimiento opuesto. Bueno, para mí la memoria es lo que hace Walsh, no es lo que hace Sábato, porque eso es lo que hace el horror, es lo que hace la represión. Lo que nosotros tenemos que recuperar son esas historias de lucha. Por eso lo del jardín de mi vieja me pareció el mejor homenaje posible.