LESA HUMANIDAD EN BAHÍA BLANCA Los relatos del horror que siguen conmoviendo
Tres audiencias se realizaron esta semana en el tercer Juicio por delitos de lesa humanidad que se lleva adelante a personal de la Armada en la ciudad de Bahía Blanca. Varios testigos fueron compañeros de Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola, los dos obreros gráficos que trabajaban en La Nueva Provincia secuestrados el 30 de junio y cuyos cuerpos aparecieron algunos días después, el 4 de julio de 1976, con evidentes signos de tortura. Las audiencias se retoman el 11 de noviembre a partir de las 9 horas.
ANDAR en la justicia
(H.I.J.O.S. Regional Bahía Blanca, Agencia) El martes 28 declararon cinco testigos. Tres de ellos aportaron a la descripción del clima conflictivo que se vivía en el diario La Nueva Provincia, propiedad de los Massot, antes del secuestro y asesinato de los obreros gráficos.
A continuación, la crónica de las declaraciones:
El primero en declarar fue Teófilo Ricardo Gandi, empleado municipal jubilado, que trabajaba en los talleres en el armado del diario La Nueva Provincia y fue compañero de los dos obreros gráficos asesinados. Gandi relató que los conflictos con la empresa se agudizaron porque no se respetaba ni se reconocía el convenio salarial acordado, a partir de los cual los trabajadores comenzaron a realizar paros en el lugar de trabajo que impedían la salida del diario. Las tratativas con Diana Massot y sus hijos las llevaban adelante Heinrich y Loyola. El testigo manifestó que apoyaba y compartía la metodología de las medidas, por lo que vincula su posterior despido de la empresa por este motivo.
En 2º lugar declara Enrique Mario Marano, secretario general de trabajadores de diarios y afines. Marano habló del profundo conflicto que se vivía con la empresa en esa época y de la activa participación de Heinrich y Loyola en el conflicto. También relató que Diana Massot no quería recibir a los trabajadores y las negociaciones eran muy duras, y que el Ministerio jugó a favor de la Empresa, lo que dejó a los trabajadores en situación de mucha debilidad. Contó que recibían presiones físicas y morales y que era frecuente ver personal armado haciendo ostentación sobre los trabajadores. Marano dijo que lo de Heinrich y Loyola causó un “efecto aterrador”, y que a partir de allí no se realizaron más huelgas. Finalmente, manifestó que el sindicato fue intervenido por el V Cuerpo y hasta el día de hoy tienen prohibida la afiliación sindical.
El tercer testigo fue Miguel Antonio Ginder. Ginder relató que hicieron un allanamiento a su domicilio de Ingeniero White el 3 de Agosto de 1976, en el que rompen y roban todo. Allí es secuestrado junto a su padre, Miguel Ginder, y son llevados a Prefectura. Ellos conocían a casi todos los integrantes de prefectura, ya que tenían una pescadería dentro del predio del Puerto. Al día siguiente su padre tiene un infarto y lo llevan al Hospital Municipal. A él lo suben a una ambulancia, lo atan a una camilla y lo llevan a la Base Naval de Puerto Belgrano. Permanece casi 3 meses en un calabozo. Es sometido a interrogatorios, golpes y torturas. Le preguntan nombres y personas, sobre todo por su hermana Catalina, buscada junto a su esposo Rubén Santucho por su militancia política en Montoneros. Relata que casi todas las noches lo sacaban en un auto, lo bajaban en un lugar de absoluto silencio y lo sometían a simulacros de fusilamientos gatillando el arma sobre él. Luego lo volvían a dejar en el calabozo. Miguel no tenía militancia política. En diciembre de 1976 su hermana, cuñado y una sobrina, Mónica Santucho de sólo 14 años fueron secuestrados, desaparecidos y asesinados en la localidad de Melchor Romero en La Plata. Ginder relató al Tribunal que este episodio le cambió la vida, ya nunca más pudo dormir una noche entera: entre la 1 y las 3 de la madrugada se despierta sistemáticamente; escuchar el ruido de llaves para él es aterrador.
Por la tarde declaró Anacleto Serra que trabajaba también en La Nueva Provincia. Era revisor de cuentas del gremio y concurría cada 6 meses al sindicato, con poca participación. Relata haber estado en el velatorio de los obreros en donde fue advertido de que tuviera cuidado, que había personas con aparentes encendedores sacando fotos a los presentes.
Luego declaró Diana Miriam Fernández, jubilada, licenciada en enfermería. En el año 76 fue allanada la casa de sus padres en Villa Rosas y a ella la interrogó personal de la Marina en Ing. White. Su hermano trabajaba en Prefectura. Luego de interrogarla sobre su ideología y actividades la dejan volver a su casa, gracias a una negociación entre el jefe del hermano y el del operativo. Pero luego dos personas uniformadas y armadas la llevan de su casa al V Cuerpo, donde fue interrogada y amenazada por varias personas en una oficina grande. Nuevamente su hermano logra que la liberen y muy nervioso le dice a partir de allí va a estar bajo su total responsabilidad y que se juega todo. Luego de eso prácticamente vivió con él. Ella era estudiante de Biología en la UNS y militaba en el centro de Estudiantes y en la JUP. “En la familia hubo secuelas de todo tipo, dejé la Universidad y mis padres estaban muy asustados”, relató. Empezó a estudiar enfermería y el psiquiatra de la Universidad la ayudó mucho. Recibía llamadas telefónicas amenazantes y su hermano fue a ver a Martinez Loydi, para ver si se podía hacer algo, luego de eso cesaron las llamadas.
En la jornada del miércoles 29 declararon seis testigos, uno de ellos por teleconferencia.
El primero fue Julio César Pazzi, que vio a Miguel Ginder cuando permanecía secuestrado. Él fue secuestrado por la Armada en Punta Alta y lo llevan al Puesto 1; a 30 o 40 metros estaba la dependencia de la Policía Federal donde permanecen secuestrados. Allí toma contacto con Ginder que estaba en el calabozo de al lado desde hacía un tiempo. Fue interrogado por su actividad y personas que conocía. Pazzi relató que trabajaba como ayudante de carpintería dentro de la Base Naval. Cuando salió dejó el trabajo, y no quiso volver a la Base. Este secuestro le dejó muchas consecuencias: rechazos, se cortó el diálogo con su padre, quedó en la calle. Nunca nadie le explicó por qué había estado preso. Se fue a estudiar a La Plata y mucho después recompuso algo de la relación familiar.
En segundo lugar declara José Angel Nicolo por el Caso Oliva- Martinelli. Conocía a Oliva, por la militancia universitaria. Fue secuestrado en Mar del Plata y llevado a la Base Naval. Lo interrogan por un tal “Sanjurjo”. Es golpeado y maltratado, una noche los llevan en carpa cerca del mar, después supo que esa noche hizo como 10 grados bajo cero:“fue la noche más fría de mi vida”, dijo. Los tuvieron 3 días allí en las carpas. En la Base vio gente muy torturada. Reconoció a Patricia Reynal y a Miguel Herragorena, el Vasco. Un interrogador le dice que Sanjurjo era “Calu” y ahí se da cuenta de que era Carlos Oliva. Luego se enterará que Oliva fue secuestrado el 5 de Agosto. A él lo liberan el 16 de Julio.
El tercer testigo fue Alberto Pellegrini. A la época de los hechos Martinelli y Oliva vivían en su casa. Los conocía del ámbito universitario o reuniones sociales. En Julio del 76, el matrimonio y su pequeña hija de 6 meses Mariana, son perseguidos y Pellegrini les ofrece una casa de su propiedad. El 5 de Agosto allanan la casa y las de sus padres y decide presentarse en la guardia de la Base Naval. Lo encapuchan, lo atan y lo dejan secuestrado. Escucha que hay muchas personas junto a él -no menos de 20- y Martinelli y Oliva también. Los tenían sentados en sillas de mimbre (como de playa) encapuchados y contra la pared. De allí lo llevan a “El Faro” donde pasa dos semanas terribles de cautiverio. Da cuenta de las torturas a los demás prisioneros y también de los abusos sexuales a mujeres. Luego es trasladado en un avión en donde termina en un camarote-calabozo de un Buque (Buque 9 de Julio) donde lo tenían con una luz potente prendida durante todo el día, pero no recibió interrogatorios, supone que estaba como en un lugar de tránsito porque en Mar del Plata estaba “desbordado”. Realizan traslados de los detenidos y le dicen a él que sólo quedaron él y el viejo que era un vecino de Mar del Plata de apellido Crespo. Es liberado y vuelve a Mar del Plata junto con Crespo, quien al poco tiempo fallece, ya que se encontraba en muy mal estado al salir del secuestro.
En cuarto lugar declara Pablo José Mancini. También es secuestrado en Mar del Plata y supo que estaba en la Base Naval. Conoció al matrimonio al haber militado en la Juventud Peronista. Pudo escuchar que Calú se encontraba ahí también; lo escuchaba hablar a viva voz con los guardias. También escuchó que Oliva le preguntó a Susana si se encontraba allí y ella le contestó que sí. Los guardias le preguntaban a qué organización pertenecía y Calú respondía ser aspirante a oficial montonero. Los prisioneros fueron fotografiados y en un momento fumigados con un elemento químico. Al igual que los demás testigos, relató las vejaciones sexuales de las compañeras, quienes eran violadas en presencia de los compañeros, y les reforzaban las ataduras a los varones, cuando esto ocurría (para que no hubiera resistencia). Lo secuestran el 8 de septiembre y lo liberan el 24 de diciembre de 1976.
La quinta testigo fue María Susana Barciulli. Fue secuestrada en febrero de 1977 y también llevada a la Base Naval Mar del Plata, en la Unidad de buzos tácticos. Era compañera de Militancia de Martinelli y Oliva de la Juventud Peronista. Los secuestradores le preguntaban nombres de personas para secuestrar y le decían los que ya no les servían: “Calu no, ése ya es boleta”. Estuvo una semana secuestrada, sufrió graves interrogatorios. Supo que al matrimonio lo habían secuestrado y asesinado. Sabía que los “enfrentamientos” eran asesinatos fraguados.
Por videoconferencia desde Santa Fe, declaró Mariana Luz Oliva, hija del matrimonio de Susana Martinelli y Carlos Oliva. Mariana es docente y diseñadora gráfica, tiene 4 hijos y vive en Santa Fe capital. Comenzó pidiéndole al Tribunal permiso para hacer una semblanza de sus padres que fue reconstruida en base a los testimonios de compañeros y familiares, y que en forma de rompecabezas fue armando. Relata la militancia en la Juventud Peronista, las tareas barriales y destaca que trabajaban, estudiaban y militaban. Supo que estaban siendo perseguidos y que Pellegrini les prestó una casa. El 5 de agosto son secuestrados sus padres, su mamá en la casa junto con ella y el padre cuando iba a cobrar a la municipalidad. Le contaron que a Susana “le arrancaron a ella” de sus brazos, ya que opuso resistencia, peleó y se defendió. A ella, con 6 meses, la dejaron en una tintorería de la esquina y llamaron a su tía para que la busque. Se contactó con muchas personas que vieron a sus padres en la Base de Mar del Plata. Sabe que en septiembre son trasladados a Bahía Blanca y allí son muy pocos los datos que logra recabar. De su madre sabe que fue fusilada en un falso enfrentamiento y el padre no pudo ser identificado, pero les dijeron que podía ser un cadáver que había sido calcinado dentro de un citroen. También fraguada la última acción ya que el grado de incineración del auto no coincidía con la del cadáver. Su tío, Pablo Martinelli, militante Peronista, también fue asesinado por el terrorismo de Estado. “Mi abuelo era militar retirado y creemos que x eso fue que nos devolvieron el cuerpo de mi mamá”. Me crié con mis abuelos, maternos y paternos, estaba un poco en cada lado. “Nomadismo infantil”, relató. “Mi infancia fue dentro de todo tranquila, la familia me dio el apoyo que necesitaba, mi abuela para mí es mi mamá, las dos tuvimos un salvavidas mutuo. La ausencia la empecé a sentir al crecer, al querer saber, qué hacían, cómo eran”. “A los 18 años empecé a sentir un agujero importante, cuanto más pasa el tiempo más grande se hace, cuando fui madre fue cuando más sentí la falta, desbastaron a 4 generaciones”, finalizó.
Luego declaró Rubén Jorge Crudelli, primo de José Luis Peralta. Lo secuestran desde fines de agosto hasta octubre del 76. Fue llevado a la Base Naval Puerto Belgrano con otros hombres y mujeres. Fue golpeado y torturado y lo interrogaron sobre José Luis Peralta, a quien ya no veía. Su primo militaba en Montoneros; fue secuestrado en Mar del Plata y luego fusilado en un falso enfrentamiento en Bahía Blanca. Supo que su señora pudo escapar con la hija de ambos. “Hice una barrera y todo esto lo puse en el olvido, no lo hablé nunca con nadie, yo soy muy callado, o sea que no me afectó mucho”, concluyó.
La última testigo fue Aurora Estela Pierresteguy, secuestrada a fines de octubre y llevada al Centro Clandestino Baterías de Punta Alta. Era telefonista en el Hospital Municipal, de donde la llevan. La suben a un Falcon verde y la duermen con un algodón embebido en algo. A partir de allí comenzó a ser sometida a diversos vejámenes por diferentes interrogadores y secuestradores. En el Centro Clandestino el trato era inhumano: torturas, violaciones, los secuestrados estaban atados con cadenas, permanentemente la música estaba a un nivel insoportable para tapar gritos y ruidos a cadenas. Ella también fue violada y torturada en reiteradas ocasiones. Reconoció en ese lugar a varias personas. Entre los apodos de los guardias recuerda Laucha, Rata, Tigre, Puma; todos nombres de animales, y se combinaban los nombres, siempre se llamaban igual, aunque fueran diferentes personas. Relata que ella estaba afiliada al Partido Comunista, y que hacía un tiempo que no estaba militando. Los interrogadores, refiere que eran cultos, voces educadas había alguno que hablaba 3 idiomas, no así los cuidadores. Cuando salió nadie del hospital Municipal le preguntó nada. De telefonista la pasaron al lavadero y luego sin lugar, dando vueltas por el hospital. “Me dediqué a enseñarle a los chicos sus derechos”, dijo. Una vez se enfermó, no le mandaron el médico a corroborar y le dieron de baja. Sus compañeros la dejaron sola, había mucho miedo. Todo fue un avasallamiento, en el hospital andaba gente con ametralladoras, la morgue estaba llena de cadáveres. También entraban muertos de afuera de Bahía Blanca, los traían en ambulancia y ella pedía todos los datos que podía. Para que se los muestre, la llevaban con la ametralladora en la espalda caminando hasta la morgue.
“Tuve duras secuelas, mi vida no fue igual, yo me aislé, quedé sola, no tuve hijos, no volví a pintar, no leía, me costaba terriblemente concentrarme y un miedo terrible. Anoche mismo pasé una noche muy mala, sentí un olor a éter y los escuchaba y los veía y muchas noches siento que arrastran las cadenas en mi cama”, relató. “Todos nosotros hemos vivido cosas terribles, quiero que cuidemos la democracia, porque si se va y estos animales vuelven va a ser peor”, finalizó.
La jornada del 30 de octubre, declararon cuatro testigos. En primer lugar se retomó por videoconferencia desde España la declaración del testigo Carlos Iaquinandi, que había sido interrumpida por fallas técnicas.
El segundo testigo fue Fernando Molina Baez, escultor, que fue secuestrado en Mar del Plata y llevado a la Base Naval de esa ciudad. Era conocido de Carlos Oliva ya que estudiaban juntos en la Universidad y estaba cercano a la JUP. Lo secuestran dos personas con ropa militar, uno es el Comisario Pepe. De la Base lo pasan al Faro en el buque de Puerto Belgrano y por último a Sierra Chica. En la base de MDP, ve a Oliva cerca de él, comiendo y tapado con una manta. Los traen a Puerto Belgrano en avión, con las compuestas abiertas ya que se sentía que entraba mucho aire frío. Los amenazaron todo el viaje con tirarlos al mar. Cuando estaba en el buque sintió ruidos de aviones; estaba en un camarote de suelo metálico con un ojo de buey abierto. Al salir en libertad unos amigos lo ayudaron a juntar dinero y se fue a España.
En tercer lugar declara Luisa Martínez Iglesias, ex esposa del anterior testigo. Era militante de la JUP. Fue secuestrada por la Marina el 20 de Agosto y sigue el mismo itinerario de Centros Clandestinos que su ex marido, salvo que cuando a los varones los llevan a Sierra Chica, a ellas las llevan a Devoto. En la Base de MDP escuchó a su marido y a “Calú” (Oliva) Los escuchó hablar. Trasladaron a Puerto Belgrano a las 4 mujeres: Blanca Martínez, Rosario Gugliemetti, Vicki Pérez Catán. Cuando la liberan la obligan a irse del país.
La última testigo fue Silvia Chía, compañera de trabajo de Diana Silvia Diez y testigo presencial de su secuestro. Conocía a Diana Diez desde los 9 años, estudiaron piano y fueron al secundario juntas, se invitaron a sus casamientos y trabajaron juntas en ENTEL. Sin embargo, relata que Diana no le había contado mucho sobre lo que le pasó o dónde estuvo. “Sólo me dijo que había estado en la Base Naval Puerto Belgrano”. La testigo estaba presente cuando Diez fue secuestrada. Dijo que en Entel estaba “todo normal” que nunca habló de eso, de la militancia política con su amiga, y que no sabe y no recuerda muchas cosas. El Tribunal le llamó la atención por ser reticente a contestar y por estar bajo juramento, pudiéndosele imputar de falso testimonio.