DECLARARON BOMBEROS LAS ÚLTIMAS TESTIMONIALES DEL JUICIO “15 minutos es una eternidad para salvar una vida”
En la continuidad de las audiencias del juicio por la masacre de Pergamino, este lunes y martes pasaron frente al tribunal los últimos testigos de las partes. Los bomberos, con la presencia en la sala de sus compañeros y compañeras de cuartel, declararon que no vieron a los policías en actitud de haber auxiliado a las víctimas y que demoraron en abrir la reja que conecta el sector de imaginaria con los calabozos: “Nos decían que las llaves estaban perdidas, pero que ya laS encontraban”. También pasaron los testigos de la defensa y otro sobreviviente que volvió a remarcar la falta de rescate por parte de los imputados.
FOTO: Andrés Muglia para El diario del juicio
ANDAR en Pergamino
(Agencia Andar) El 2 de marzo de 2017, el cuartel de Bomberos Voluntarios de Pergamino recibió dos llamados: el primero al 147, de atención al vecino, preguntando si habían recibido una llamada de la comisaría 1ª por un siniestro, la respuesta es negativa; recién 15 minutos después, se comunican desde la dependencia policial: “Una voz femenina me dice que hay un motín”, recordó Ariel Ardis frente a los jueces del TOC 1.
Ardis y Santiago González llegan a la comisaría en el móvil 23 del destacamento municipal de Bomberos Voluntarios. Mientras uno acopla la manguera y enciende la bomba, el otro va hacia el fondo de la dependencia: la puerta externa que comunica con el patio estaba abierta, la reja siguiente cerrada. Esa reja es la que conecta el pasillo de calabozos con el sector de imaginaria; cuando los detenidos estaban engomados, esa reja debía estar abierta. Sin embargo, todos los sobrevivientes que declararon en el juicio dijeron que ese día estaba cerrada con candado.
Los dos bomberos desplegaron la manguera hasta el patio, llegan hasta la reja cerrada: “Desde el punto donde estaban divisábamos el fuego, yo me quedo sosteniendo la manguera y mi compañero sale a pedir la llave para poder entrar”, declara Ardis. González vuelve sin las llaves y va él a pedirlas; la respuesta era siempre la misma, que “la llave estaba perdida, pero que ya la encontraban”. “La habremos pedido dos o tres veces”, agregó Ardis.
—¿Contaban con el material para romper el candado? —quiso saber la parte acusadora.
—Sí, pero considerábamos que iba a ser más rápido si nos traían la llave —aseguró el bombero voluntario.
Santiago González también recordó haberle dicho a los agentes que si no aparecía la llave iba a romper el candado por su cuenta. A pesar de los reclamos desesperados, los policías no se conmovieron: «Estaban todos reunidos, pero no parecían preocupados».
Tanto González como Ardis sostienen que la llave tardó entre 10 y 15 minutos en aparecer. “Y diez o quince minutos es una eternidad para salvar una vida”, aseguró Ardis.
En todo ese tiempo, uno de los dos bomberos quedaba siempre sosteniendo la manguera y arrojando agua hacia el fuego, aunque por la reja cerrada no podían apuntar de manera directa sobre el foco ígneo. Los dos recuerdan que, en ese entonces, ya no se escuchaban ruidos provenientes de la celda 1. “Escuchábamos gritos pero desde las otras celdas”, agrega.
Los dos también coincidieron en señalar que sólo uno de los agentes de servicio ese día intentó ayudar, y ninguno de los bomberos llegó a reconocer quién era. “Un oficial se manda con una toalla mojada en la cabeza, pero no puede seguir y me deja la llave a mí, la agarro y abro el candado”, recordó Ardis.
Cuando Ardis logra abrir la primera reja, González ingresa y arroja agua a través de la reja del calabozo. Esa puerta tenía, además del candado, una toalla atada que Ardis logra destrabar también sin dificultad. En ese momento, ingresó el GAD y sacaron a Ardis. Luego al resto de los detenidos en las celdas contiguas.
“Una vez que entro a la celda 1 no tardo casi nada en apagar. Pero hacía rato que estaba prendido”, declaró González. Una vez socavado el fuego, el humo se disipó rápidamente; González es el primero en entrar a la celda 1, detrás de él reingresa Ardis. El testimonio de ambos es elocuente y no permite agregar mucho más: “Había un cuerpo en la cama quemado, con la boca hacia arriba. Y los otros seis cuerpos estaban enroscados, con diversas quemaduras. Escucho una respiración muy dificultosa”, dijo Ardis. “Uno de los cuerpos estaba inclinado, como queriendo tomar agua al lado de una canilla quemada”, agregó González.
Para ese entonces, ya habían llegado los refuerzos: el jefe del cuartel de bomberos Mauricio Calzone releva a González e ingresa a la celda: “Escucho unos gemidos y sacamos al cuerpo que estaba debajo de todo. Se nos complicaba sacarlo, porque estaban entrelazados”. El jefe de bomberos ordena que ingrese el cuerpo de médicos pero ya es tarde: ninguna de las siete personas que estaban detenidas en la celda 1 presentaba signos vitales.
En su declaración, Calzone dijo que tenía 27 años de servicio y que varias veces habían ido a la comisaría 1ª a “apagar un fuego o por amenazas de los detenidos de iniciar el fuego”. Y señala también: “A veces llegamos y el incendio ya se apagó con baldes o matafuegos”.
“Me cansé de pegarle patadas a la reja y no vino nadie”
Durante esta semana de audiencia, también declaró M., otro sobreviviente de la masacre. El 2 de marzo, M. estaba detenido en la celda 3. Su relato fue coincidente con lo que declararon el resto de los sobrevivientes en las primeras audiencias del juicio. Recordó que hubo una pelea entre Noni Cabrera y Alan Córdoba, que la pelea terminó rápido y los dos se abrazaron. Luego, el engome como represalia.
“Al momento del engome cada uno se fue a su celda y vinieron a poner los candados. Después empezamos a patear para que nos saquen”, dijo M. Ese día hacía mucho calor y no era, todavía, la hora del engome. Además, según M., esa práctica era bastante habitual: “Veníamos de 20 días así”.
“Después veo que tiraron un pedazo de colchón con una almohada y cuando ya se estaba apagando tiraron otro pedazo más. En ese momento ya no estaba el de imaginaria. Yo me cansé de pegarle patadas a la reja y no vino nadie”, describe M. frente al Tribunal. “Los chicos empiezan a gritar y escucho a Gigena que llora, pero nunca vino nadie, nunca llegó nadie”, precisa.
El foco ígneo que empezó en el pasillo, luego tomó la cortina de la celda 1. M. recuerda que el humo era “inaguantable”. “En un momento, todo quedó en silencio, por mucho tiempo”, dice y agrega: “Teníamos agua pero ese día la cortaron. Nos queríamos meter agua en la boca y justo en mi celda la pileta siempre perdía, así que usamos ese agua sucia para poder mojarnos la remera y respirar”.
M. no puede precisar cuánto tiempo pasó entre el primer fuego y el momento en que el grupo GAD ingresa al sector de calabozos y los saca “a los garrotazos”. Si bien no lo puede precisar en tiempo reloj, la referencia en sus recuerdos es contundente: “Cuando arrancó era de día y cuando nos sacan de noche”.
Los otros policías, los testigos de la defensa
“Hacía lo que estaban haciendo todos, entrábamos y salíamos, buscábamos medios para apagar el fuego”, declaró Eduardo “el turco” Hamué, testigo propuesto por la defensa. Esa desesperación y el gesto proactivo de los policías imputados era la primera vez que se escuchaba en las audiencias del juicio. Un relato que desmentía el testimonio de casi una decena de sobrevivientes y de los bomberos; a lo largo de la declaración, el relato policial empezaría a notar claras contradicciones.
Como los seis policías imputados, Hamué fue desafectado pero no por su intervención durante la masacre sino por una publicación en su cuenta de facebook: la imagen del tambor de un arma cargada de balas, los casquillos de las balas tenían emojis y en el post agregó: “nuevas municiones menos agresivas, aprobadas por los derechos humanos. Estas balas son para que vean que somos buenos, no malos como dicen. Saludos a los DH”.
El 2 de marzo de 2017, Hamué estaba de vacaciones pero fue a la comisaría alertado por el llamado telefónico de la hermana de una de las víctimas, Federico Perrota. Cuando llegó a la dependencia policial, ya vio que salía humo desde la parte trasera del edificio. Frente a los jueces del TOC 1 de Pergamino, dijo que vio a Giulietti —uno de los seis imputados— ayudando a desplegar la manguera del autobomba y que la llave de la reja apareció casi de inmediato. Es el único, hasta el momento, que dice haber visto lo que vio.
Su relato terminó de perder fuerza cuando se contradijo a sí mismo: primero dijo que Alexis Eva, otro de los imputados, tenía las llaves de la reja y que se las entregó a los bomberos luego de abrir la puerta del calabozo 6 para socorrer a las personas alojadas allí. Después dijo que las llaves las tenía él y se las alcanzó a Eva. El presidente del Tribunal, Daniel Burrone lo interrumpió y le recordó que estaba bajo juramento y, finalmente, lo dejó salir de la sala.
Hamué fue el más elocuente pero no el único policía y testigo propuesto por la defensa. Esta semana pasaron a dar testimonio Renzo Giracci y Flavia González.
La tarde de la masacre, Giracci y otro oficial llegaron en un móvil policial a la dependencia porque tenía que hacer firmar un acta por Alexis Eva. “Veo que salía humo por el portón y de la puerta del calabozo también, se escuchaban gritos: ‘sáquenos de acá’. Eva viene del sector de los calabozos. Yo no sabía que es lo que estaba pasando. Mi compañero hace el acto y le dan el recibido. Fuimos y hablamos con Donza, le dijimos que estaban a su disposición y nos quedamos, Donza estaba en el fondo del pasillo y nos dice que vayamos a la entrada que no dejemos pasar a nadie”.
En la continuidad de su relato, Giracci dice que vio llegar a los bomberos, “que estaban desbordados y que los policías de la primera ayudaron en todo momento”. Otra vez intervino el presidente del Tribunal, requirió que se proyecte en la sala el registro de una cámara de seguridad que estaba frente a la comisaría: ninguna de las maniobras de ayuda que declaró el policía testigo aparecen en las imágenes. Tampoco está registrada su llegada a la comisaría.
Flavia González trabaja en la línea 101 de Emergencia que funcionaba en el mismo predio de la comisaría; ese día estaba de servicio y declaró ser la que llamó a los bomberos. En su relato describe el auxilio de los imputados con la misma definición que los dos policías que pasaron antes que ella: “los veía un poco exaltados, preocupados, no corrían ni trotaban era un paso altivo. Iban y venían”. También declaró que hay algunas cosas que no recuerda y expresó: “No pensé que iba a tener esta magnitud. Nunca pasa nada, ahora pasó”.